Cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple (en el 2012), sabía perfectamente por qué me había enfermado y además había vivido con este miedo durante muchos años. Muchos años en lo que me resistía a enfrentarme a un trauma infantil, negando mi malestar a través de la desconexión de mi cuerpo.
A los cinco años experimenté el primero de una serie de abusos sexuales que se repitieron hasta los doce, es decir, hasta que pude decirle NO a uno de mis abusadores, rompiendo una dinámica que se sostenía gracias a mi silencio y a que los otros adultos a mi alrededor no podían entender (ni siquiera imaginar) lo que me estaba pasando. Durante casi veinte años no pude hablar de ello públicamente y de niña nunca tuve el coraje. Temía que los miembros de mi familia se pelearan entre ellos y de perder el amor y la estabilidad que, en la infancia, unx necesita sentir para sobrevivir. El abuso sexual infantil, lamentablemente todavía hoy en los medios mainstream, es algo de lo que nunca se debe hablar y, cuando lo hacemos, es solo para enfatizar su distancia de «nosotros, buena gente»: el abusador es siempre alguien más allá de la unidad familiar (el desconocido, el extranjero) o, de lo contrario, solo ocurre en familias pobres y desfavorecidas. Como resultado, nadie te enseña a defenderte cuando el abusador es alguien a quien amas y de quién confías, como fue mi caso en el que los abusadores eran personas de mi familia.
Durante mi infancia y adolescencia pensé que era la única que había vivido este tipo de experiencias y me sentía completamente aislada del resto del mundo. Ahora, a los 40, me sorprende cuántas personas conozco que lidian con secuelas de abuso y maltrato (que muchas veces van de la mano) y cómo no perdona a ningún tipo de familia. Al mismo tiempo, aunque hoy se habla más en pequeños medios o en redes de estos fenómenos, siento que no tenemos suficientemente integradas en nuestra sociedad las herramientas disponibles para abordar estos casos y, sobre todo, su aspecto sistémico. Porque parece que la violencia se transmite de generación en generación: cuando un padre/madre (u otros familiares) maltratan a un niñx y a su vez han sido maltratados en la infancia, en mi opinión esto ya trasciende la mera esfera judicial y se vuelve un problema de salud pública. Por eso comencé a hablar de ello en este blog. Después del diagnóstico, me di cuenta de que la mayoría de los problemas que tenía, tanto a nivel emocional cuanto corporal, eran consecuencia de este trauma (ansiedad, depresión, baja autoestima, abuso de sustancias…); además, el hecho de haber vivido abuso sexual infantil había aumentado de un 80% mi probabilidad de desarrollar una enfermedad autoinmune. En ese momento me pregunté cómo había sido posible que me tomara tanto tiempo descubrir esta conexión y asumir la gravedad de lo que había vivido y esta falsa pregunta se volvió un látigo con el que me machaqué mucho tiempo.
Afortunadamente, hoy ya van siendo muchos los que han estudiado el trauma infantil y su conexión con la salud de los adultos (Natalie Burke, Bessel Van der Kolk, Mireia Darder, Mario Salvador, Gabor Mate son algunos de mis referentes en el tema). Lo que todavía falta es liberarnos del tabú y empezar a hablar del abuso y el maltrato de una manera más franca y real, como un problema que nos afecta a todxs porque, aunque unx no haya experimentado abuso o maltrato, es muy probable que en su vida se haya relacionado con alguien que sí lo ha experimentado, las estadísticas son muy aterradoras. Finalmente, no podía culpar a la sociedad de su ceguera cuando yo tampoco había podido enfrentar la mía. Y para ello escribí este post: Darse cuenta, sin explicar exactamente quién me hizo qué (aparte del contexto seguro de la terapia individual y grupal), porque no pienso sacrificar mi intimidad o la de mi familia por el morbo de quienes piensan que esto no les concierne. No quiero que se ponga el foco en mis abusadores, como siempre pasa cuando una agresión sexual se vuelve mediática, sino en mí, en mi proceso y en los recursos que como personas podemos poner en marcha para sanar este trauma. Recuerdo de adolescente ver programas que se ocupaban de estos temas y se me ponía la piel de gallina: las personas que decidían contar su historia en los medios a menudo simplemente corrían el riesgo de ser estigmatizadas, de retraumatizarse, de ser objeto de una enfermiza curiosidad que necesitaba saber a qué prácticas sexuales habían sido sometidas (como si esto fuera importante en el discurso que como sociedad tenemos que afrontar) o, de lo contrario, desaparecían completamente de la escena para que esta fuera ocupada por su agresor. Por otro lado, llevo marcada en mi estomago la vez que, siempre en la adolescencia, se me acercó el novio (más grande que yo) de una de mis mejores amigas, al que ella había contado mi vivencia sin que yo lo supiera, hablándome abiertamente de lo que pensaba al respecto e hipersexualizandome sin tapujos.
Después de varios años de trabajo terapéutico hice las paces con lo que me pasó y hoy en día siento una profunda compasión hacia mi experiencia (incluso, a veces, con mis abusadores que también han sido víctimas de violencia en la infancia) porque sentí la necesidad de liberarme del paradigma víctima/agresor, porque las cosas son mucho más complejas y, si se quiere hacer algo útil al respeto, primero se debe comprender esta complejidad. Por esto escribí una canción de cuna que publiqué en mi blog (Recuperar la memoria, recuperar la voz). Por un lado, para contar cuáles son las herramientas que más me están ayudando a sanar la relación con mi cuerpo, como el canto. Para trabajar con el trauma, cuyas sensaciones físicas negativas contaminan toda la experiencia del ser, es importante despertar aquellas positivas de seguridad, equilibrio, fuerza, placer, enraizamiento. Los sonidos graves, por ejemplo, con su vibración ayudan a sentir sensaciones de confort en el cuerpo y en los intestinos (otra parte del cuerpo que queda siempre muy afectada por estas experiencias). Trabajar en mi voz, además, me pareció el antídoto adecuado para el silencio al que me obligué durante 25 años. Por otro lado, quería celebrar el Perdón, entendido como la aceptación de lo vivido, haciendo las paces con las partes desintegradas de mi personalidad que lo habían negado por tanto tiempo. Cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple, sentí mucho enfado porque la noticia llegó justo cuando creía que comenzaba a sentir algo de paz. Pensé que había superado el abuso, que su memoria ya estaba muy lejos pero lo que experimentaba no era paz sino adormecimiento: me ocupaba tanto que no me daba tiempo para mirar atrás y si tenía un tiempo libre lo llenaba de sustancias adictivas. Todavía no me daba cuenta de que este tipo de experiencias te acompañan a lo largo de tu vida, que nunca tendrán una «solución» y que no lidiar con ellas solo empeora la situación.
Con la enfermedad, recapacite de repente: ¿cómo podía haber vivido con este nudo en el estómago sin intentar nunca deshacerlo realmente? Fue a partir de ahí que el muro de contención comenzó a derrumbarse y tuve el coraje de hablar y sanar a través de la relación con los demás. En primer lugar, en los grupos terapéuticos que, benditos sean, logran sacarte del aislamiento y conectarte con otras personas que han vivido tu experiencia. Luego, en 2018 tuve la suerte de recibir en regalo un acto psicomágico que me ayudó a disolver aún más la densidad de mis emociones. Un año y medio después, esas escenas me volvían a aparecer como imágenes de un sueño y decidí grabar un corto (El cucarrón 4. El acto psicomágico) con el objetivo de rodar un producto que hablara de lo terapéutico y de las sinergias que se crean con las personas que vas conociendo en el camino y que te ayudan a sanar. Lidiar con mi experiencia de abuso sexual infantil no fue solo un procesamiento mental para mí; la parte más consistente fue re-significar las emociones que constantemente me asaltaban: la vergüenza del abuso de poder, el sentimiento de culpa (por no haberlo sabido parar, por no haber hablado o denunciado), el dolor de la traición, la ira, la pérdida de la dignidad derivada de la humillación, la angustia y la ansiedad (La magia de los símbolos). También tuve que reconstruir la conexión con mi cuerpo y, por otro lado, alimentar mi inconsciente con otras imágenes y símbolos y así dar otra lectura a mi historia desde una perspectiva más amorosa y llena de posibilidades.
Publico aquí un comentario que me llegó por otra vía pero me parecía importante compartirlo públicamente porque en el enlace que encontráis al final podéis ver un audiovisual muy coherente con el post que publico:
«Hola, muchas gracias por tu artículo, coincido plenamente en todo lo que expresas. Recuerdo que hace unos años (2012) hicimos un docu de 21min sobre este tema en la escuela Bonnemaison, al conversar sobre el enfoque que ibamos a darle al docu, nos dimos cuenta que 2 de las 5 compañeras, habíamos pasado abuso durante nuestra infancia. También el hecho que queríamos concentrarnos en las experiencias de resiliencia de las entrevistadas y no en el morbo de lo que les había pasado. Me parece un artículo valiente y que me ha tocado y quería darte las gracias por haberlo escrito. Te dejo el enlace del doc por si te apetece verlo, es muy breve y un trabajo de escuela pero creo que conseguimos tratar el tema con el respeto que se merecía.»
https://vimeo.com/74065738?fbclid=IwAR068TraP8wpbg_sCITdZzY6iuCdzEZViemK1RlJ4DueBKGSpyJgvc1ly7Y
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