Con un pie torcido

Un bloque de cemento en suspensión: me tambaleo en el aire, lista para caer y (casi deseosa) de romperme en pedazos, de desaparecer. Algunos días son así, a pesar de toda la terapia que has hecho y haces, hay días en los que todo vuelve atrás, en los que te pillas en los mismos patrones y en las mismas situaciones que pensabas haber superado. 

Hay días en los que la única idea inteligente que se me ocurre es ponerle un lado B, un lado oscuro, a los mensajes de los Yogi Tea (estos tan positivos que te dan ganas de vomitar y encender un fuego con las bolsitas de té):

  • “Amor es donde prevalece la compasión y gobierna la amabilidad”…pero para ti quedan solo patadas en el c__o

  • “Estar en la calma es el logro más grande del ser”…pero lo lograrás solo el día en que te mueras.  

Y puedo seguir pero no quiero que me robéis la idea, tal vez sea la única empresa que tenga sentido en mi vida. 

Hay días en que la frustración de volver a sentir las mismas emociones se transforma en una resignación aplastante. Vuelvo a los mismos comportamientos adictivos, ya no tengo alivio ni permitiéndomelos ni negándomelos y recuerdo que este post iba a tratar sobre estos y sobre la forma que había encontrado de gestionarlos. 

No me malinterpretéis. Con esto no quiero decir que la terapia no sea útil; al contrario, debería ser un derecho básico para todxs. Porque en mi experiencia, el desubique que he vivido a raíz de haber vivido un abuso sexual infantil no me ha vuelto una pobre y débil víctima, al contrario me ha transformado en un verdugo potencial, en un Godzilla herido que aplasta a las personas en su ceguera. Cuando entraba en la adolescencia, delante de situaciones que me superaban, trataba mal a las personas de mi entorno, tenía explosiones de ira que no podía controlar y era parte de un círculo de agresión. De adulta, esta rabia la devolví hacia mí, por miedo a quedarme sola, y me enfermé por ella. Por esto, es muy importante volver a ser dueñx de lo que pasa dentro de ti, para no salpicar tu veneno hacía los demás, sobre lxs que son más vulnerables que tú (porque así funciona el abuso de poder). Es fundamental recuperar la dignidad de ser unx mismx para no dejarse quitar la vida por un pacto invisible que asumes sin ni siquiera haber leído el contrato. 

Pero que, de ahí, el abuso o el maltrato que hayas vivido se cancele, esto no va a pasar. Nadie te va a devolver la inocencia que has perdido, el amor que necesitabas sentir en ese momento y que te ha sido negado. Nadie te va a devolver todo el tiempo que has malgastado en vínculos que no eran para ti solo porque te habías acostumbrado a un concepto de amor insano. 

Es posible, que después de haberlo trabajado, de mayor, seas capaz de encontrar espacios más acordes a tu ser pero aun allí te encontrarás a veces silenciándote, congelándote frente a situaciones que te confunden. Te encontrarás volviendo a tus mecanismos de evitación para no conectar con ese malestar y con ello volverán los pensamientos denigrantes: “soy un fracaso”, “no valgo nada”, “solo tengo valor en la medida en la que complazco a los demás”, “nadie me querrá así como soy” y un largo etcétera. Que cada unx ponga los suyos que al final son todas variantes de la misma mierda. 

El otro día vi un meme que decía: “¡Puedes lograr todo lo que te propongas!”, (la típica afirmación que, si creyera cierta, sería una buena razón para suicidarse) y, de uno en uno, salían unos “monstruitos” que la refutaban: el contexto socio-político, la carencia de recursos económicos e intelectuales, tus capacidades innatas, tu bagaje cultural. Y yo le añadiría tu biografía emocional, porque, cuando vives tu vida en modo de supervivencia, no tienes espacio para aprender, para florecer. Este tiempo no te lo devuelve nadie tampoco. Este positivismo new age que no hace otra cosa que cargar la responsabilidad en unx si no consigue realizar sus sueños. Como si fuéramos seres independientes de nuestro entorno y nuestra voluntad fuera la única variable de la ecuación. Como si nuestro mundo no fuera impregnado de racismo, de machismo, de capacitismo, además de los traumas individuales que cargamos, en una interseccionalidad que te añade piedras a cada casilla que marcas positivamente. Pero da igual, porque ¡tú puedes si te lo propones (con un grito, que se ve que va muy de moda)! 

Pues yo no puedo, incluso dudo de si quiero; prefiero estar tumbada en el sofá hasta ver mi reflejo en la pantalla cuando Netflix me pregunta “¿sigues ahí?”. Asustarme de ello y consagrar el miedo con un porro; contestarle al Netflix “sí sigo aquí y no sé por cuánto tiempo más”. ¿Autoboicot? Adelante, ¡Francesca le está esperando! 

Prefiero anularme mientras hago un repaso mental de las cosas que NO he hecho hoy y que me hubiera hecho muy bien hacer y de todas las otras, las “malas”, que me acercan un pasito más al infierno de mi autotortura. Me encanta en estas situaciones golpearme con el látigo de la productividad, como si tuviera algún lugar a donde llegar, como si pudiera lograr todo lo que me propongo…¡Pero no! No tengo fuerzas para esto.  

A veces la ineludibilidad de la realidad quema tanto que te quieres tirar al fuego de las bolsitas de té. Te hace desear quedarte solo en el mundo para no deberle explicaciones y manifestaciones de vida a nadie. Hace que tu máxima aspiración sea poder hacer el perro, un perro infeliz. No tengo la fuerza ni para poder sentir vergüenza de mi reducido apego a la vida en ciertos días. Y fantaseo, todo lo que haría si tuviera un atisbo de entusiasmo: tendría un cuerpo en forma, seria una aclamada profesional, tendría la casa limpia y en orden y una vida plena de satisfacciones. ¡Pero no! En ciertos días no hago nada que me haga avanzar, no sea que avance de verdad y luego tenga que esforzarme; ciertos días al máximo se me ocurre alguna frase sombría y graciosa de respuesta al porno inspiracional del Yogui Tea pero no tengo el boli a mano y no me puedo levantar para cogerlo; tanto, ¿levantarse, para qué? Si esto es lo que hay. 

 

Que no me odien los de Yogi Tea que ya tengo suficiente; amo sus tes pero tal vez sus mensajes no son para todos los días. 

(Foto: Simone de Santis)

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