(IT: Rendersi conto)
Cuando me diagnosticaron Esclerosis Múltiple sentí que sabía por qué me estaba pasando esto.
Toda la vida había estado evitando enfrentarme a un trauma sufrido de pequeña. A los cinco años viví el primero de una serie de abusos sexuales que se repitieron hasta que tuve doce, cuando fui capaz de decir NO, rompiendo una dinámica que se sostenía sólo por mi sumisión; sin embargo, ninguna quedó grabada en mi cabeza como aquella primera vez, el shock al no saber absolutamente qué estaba pasando y por qué aquella persona que, en teoría, me quería me estaba haciendo esto.
Si bien, de adolescente, lo conté a algunxs amigxs nunca se lo dije a ningún adulto que hubiera podido hacer algo por mí. En ese entonces los abusos ya habían parado pero yo sufría toda una serie de dolencias que, no me daba cuenta, eran consecuencia directa de lo que había vivido.
Fue el cuerpo el primero en hablar: justo después del primer episodio de abuso, empecé a desarrollar todo un corolario de problemas de piel (eczemas que me causaban plagas, hasta a veces pústulas, siempre alrededor de los ojos,…) que destrozaban mi cara y mi ya baja autoestima de adolescente. No había cambiado nada en mi actitud: siempre sociable, buena estudiante, pero mientras tanto mi cara y mi piel se hacían pedazos junto con mi intestino que se hacía cada vez más sensible. Convivia con un miedo constante de que se repitiera el abuso. No tanto por mi integridad física, por suerte conmigo nunca tuvieron que utilizar amenazas ni violencia física, solo la manipulación del amor y mi necesidad de ser amada. Pero esto fue igualmente muy insidioso: el miedo al “qué pasaría” y al “qué dirían” si contaba lo que me había pasado; la vergüenza y la culpa que no me abandonaban nunca porque me sentía en parte responsable de lo que había pasado; el pensar que había algo sucio en mí que había atraído estas situaciones; la disociación de mi ser emocional y corporal para evitar sentir el dolor con el consiguiente desarrollo de varias adicciones a lo largo de mi camino; la depresión que a veces y sin motivo me hacía caer en unos agujeros negros muy profundos.
Todos estos síntomas alimentaban y a la vez se nutrían de mi silencio. En un momento de mi vida cogí esta pelota que no me dejaba vivir y la escondí bajo el agua. Logré soportar la tensión que genera esta acción por casi 30 años hasta que la pelota se escurrío de mi presión y me dió directa en la cara. Cuando me diagnosticaron, sentí mucha rabia porque la noticia llegó justo cuando empezaba a sentir un poco de paz, creía haber superado el abuso, que ya no me dolía más. Pero el abuso siempre está allí y no desaparece nunca y no enfrentarse a ello solo lo hace peor. Con la enfermedad, de repente, me vi: ¿cómo había podido vivir con aquel nudo en el estómago sin probar a deshacerlo nunca de verdad? Llena de rabia y de dolor, maltrataba mi cuerpo sin ponerle ninguna atención ya que allí estaban las heridas que no quería ver.
Poco tiempo antes que me diagnosticaran, participé en un curso de formación de Pepa Horno Goicoechea (http://www.pepahorno.es/), que hace un trabajo imprescindible para la víctimas de abuso sexual y maltrato infantil, así como para aquellas que trabajan en la prevención, detección y acompañamiento de los casos, sin olvidar las campañas para que los delitos de abuso no prescriban. Este curso encendió varios interruptores y me ayudó a dar unos primeros pasos aún inseguros. Es duro remover algo tan estancado cuando no está en discusión tu sobrevivencia, cuando ya has aprendido a vivir con tu máscara y a esconder la angustia y la ansiedad detrás de tus varios personajes. El paso definitivo llegó con la enfermedad. Mirando hacia atrás, hoy veo que esta me obligó a enfrentarme al abuso sexual, a hablar de ello y a identificarme con esta herida. Gracias a Pepa, además, descubrí la conexión que probablemente había entre lo vivido y el haber desarrollado una enfermedad autoinmune, con lo que mi necesidad de hablar se hizo aún más apremiante todavía, como si a través de ello pudiera aliviar mi cuerpo también. Aún así, escribo esto siete años después de que la enfermedad viniera a desestabilizar mi existencia, siete años que me han cambiado profundamente. En estos siete años he tratado de reconectar con mi cuerpo y sanar la relación que tenía con él. Ya no podía esconderme más. Mi proceso de sanación tenía que pasar por romper este tabú, este vínculo enfermizo que construí con ello. Quiero dejar aquí algunas referencias que me ayudaron en este camino:
- “La revolución fluorescente” https://www.youtube.com/watch?v=K4B6bK-B7Hw
- “How childhood trauma affects health across a lifetime”, de Nadine Burke Harris: https://www.youtube.com/watch?v=95ovIJ3dsNk&t=0s&index=22&list=PLA99B9F2DBAB8501F
- “Instrumental” de James Rhodes
- «Nanette», Hannah Gadsby, monologo de humor en Netflix
- «El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la sanación del trauma», Bessel van der Kolk (M.D.), Montserrat Foz Casals.
Siete años, pero nunca es tarde para darse cuenta y hacerse cargo.
_______________________________________________
ITALIANO
Quando mi hanno diagnosticato la Sclerosi Multipla, ho sentito che sapevo perfettamente perché mi stava accadendo questo. Era tutta la vita che evitavo di affrontare un trauma vissuto da bambina. A cinque anni avevo sperimentato il primo di una serie di abusi sessuali che si ripeterono fino ai 12 anni, quando fui capace di dire NO, rompendo una dinamica che si sosteneva solo grazie alla mia sottomissione. Nonostante ció, nessuna mi é rimasta cosí impressa come quella prima volta, lo shock di non sapere che stava succedendo e il perché quella persona che, in teoria mi voleva bene, mi stava facendo questo. Non l’ho mai raccontato a nessun adulto che mi avrebbe potuto aiutare, solo lo raccontai a alcuni amici quando ero adolescente, come sfogo e anche per attirare un po’ l’attenzione. In quel momento gli abusi erano già finiti peró io soffrivo di una serie di problemi che erano conseguenza diretta di quello che avevo vissuto anche se io in quel momento non lo sapevo. Il corpo fu il primo a parlare: appena dopo il primo episodio di abuso, cominciai a sviluppare tutta una serie di problemi di pelle (eczemi che mi causavano piaghe, a volte addirittura mi riempivo di pustOle di pus, sempre nella zona degli occhi) che mi sfiguravano e minavano la già bassa autostima di adolescente. Nulla era cambiato nel mio atteggiamento: sempre socievole, buona studentessa, però nel frattempo la mia faccia e la mia pelle si disintegravano e il mio intestino diventava sempre piú sensibile. Convivevo con una paura costante di rivivere l’esperienza dell’abuso. Non perché temessi per la mia integrità fisica, per fortuna con me non dovettero utilizzare né minacce né violenza fisica, solo la manipolazione dell’amore e la mia necessità di essere amata. Peró questo fu ugualmente molto insidioso: la paura del “che succederebbe” o del “direbbero di me” se avessi raccontato quello che mi era successo; la vergogna e la colpa che non mi abbandonavano mai, per sentirmi in parte responsabile di quello che era accaduto; il pensare che c’era qualcosa di sporco in me perché avevo attirato quelle situazioni; la dissociazione dal mio essere emozionale e corporale per evitare di sentire il dolore con il conseguente sviluppo di una serie di dipendenze; la depressione che a volte e senza motivo mi faceva cadere in dei buchi neri senza fondo.
Tutti questi sintomi si alimentavano e a loro volta si nutrivano del mio silenzio. In un momento della mia vita, presi questa palla che m’ingombrava e la nascosi sotto l’acqua per quasi trent’anni, fino a quando la palla non è sfuggita alla mia pressione e mi ha colpito direttamente in faccia. Quando mi fecero la diagnosi, provai molta rabbia perché la notizia arrivó giusto quando iniziavo a sentire un po’ di pace, credevo di aver superato l’abuso, che fosse già lontano il suo ricordo. Ancora non mi ero resa conto che questi tipi di esperienze ti accompagnano tutta la vita, non avranno mai una “soluzione” e non affrontarle solo peggiora la situazione. Con la malattia, all’improvviso ricapacitai: come avevo potuto vivere con questo nodo allo stomaco senza provare a scioglierlo mai davvero? Piena di rabbia e di dolore maltrattavo il mio corpo senza dargli attenzioni, quasi a volerlo punire perché era la prova vivente delle ferite che avevo dentro.
Poco prima della diagnosi, partecipai in una formazione di Pepa Horno Goicochea (http://www.pepahorno.es/) che realizza un lavoro imprescindibile per le vittime di abuso sessuale e maltratto infantile, cosí come per quelle che lavorano nella prevenzione e accompagnamento dei casi di abuso, senza dimenticare la campagna perché questi delitti non prescrivano a livello giudiziario. Questo corso accese vari interruttori in me e mi aiutò a dar dei primi passi, ancora insicuri, nel lungo cammino de farmi responsabile di quello che avevo vissuto. È duro rimuovere qualcosa cosí incrostato quando non è in discussione la tua sopravvivenza fisica, quando giá hai imparato a vivere con la tua maschera e a nascondere la angustia e l’ansia dietro i tuoi vari personaggi. Il passo definitivo arrivó con la malattia. Guardo indietro e mi rendo conto che questa mi obbligò ad affrontare l’abuso sessuale, a parlarne e a identificarmi con questa ferita. Grazie a Pepa, oltretutto, scoprí che esisteva una connessione tra quello che avevo vissuto e l’aver sviluppato una malattia autoimmune per cui la mia necessità di condividere la mia esperienza si fece ancora piú pressante, come se facendo questo potessi alleviare anche il mio corpo. E, nonostante ció, scrivo questo testo sette anni dopo la diagnosi, sette anni che mi hanno cambiato profondamente. In questi sette anni ho cercato di recuperare la relazione col mio corpo, relazione che la malattia aveva definitivamente destabilizzato.
A questo punto non posso nascondermi piú. Il mio processo di sanazione doveva passare per la rottura di questo tabú, del vincolo malato che avevo costruito con questo. Voglio lasciare qui alcuna referenze che mi hanno aiutato in questo cammino:
- “La revolución fluorescente” https://www.youtube.com/watch?v=K4B6bK-B7Hw
- “How childhood trauma affects health across a lifetime”, di Nadine Burke Harris: https://www.youtube.com/watch?v=95ovIJ3dsNk&t=0s&index=22&list=PLA99B9F2DBAB8501F
- “Le variazioni del dolore” di James Rhodes
- «Nanette», Hannah Gadsby, monologo umoristico in Netflix
-
«Il corpo accusa il colpo. Mente, corpo e cervello nell’elaborazione delle memorie traumatiche», Bessel van der Kolk (M.D.), Montserrat Foz Casals.
Sette anni, peró non è mai tardi per rendersi conto e farsi carico delle proprie responsabilitá.