El lenguaje de la mente son palabras, el del alma son imágenes
“Quién soy? De la disociación a la integración”
Mario Salvador – Peter Bourquin
Hace poco tuve una sesión con una profesional que me encanta, Carmen Cuenca del Instituto Aleces, en el marco del curso de formación “Psicoterapia integradora del trauma”. Carmen me acompañó en un viaje de integración profunda, que siguió varios días después.
Iniciaba con una imagen: estoy corriendo y, a medida que avanzo, mis piernas se vuelven de lodo, un lodo que se hace siempre más compacto hasta que se vuelve piedra y me obliga a parar. Esta imagen se corresponde a la arraigada creencia que tengo de que todas las veces que empiezo a volar algo me corta las alas. Esta convicción nació de interpretaciones de mi cerebro de experiencias que tuve. La que tengo más clara en mi consciencia probablemente es la más reciente: cuando recién sentía que empezaba a alejarme del abuso (aunque solo porque había logrado enterrarlo en lo más hondo de mí), me movía un fuerte empuje a la realización personal y justo allí me enfermé y me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Desde este momento en adelante, varias veces me sentí tragada por la ineludibilidad de mi guión de vida:
– cuando nos pusieron en cuarentena, recién me recuperaba (aunque mal) de un episodio de mi enfermedad y me ponía activa de nuevo después de dos años;
– grababa un corto sobre abuso para mi blog, me costó mucho trabajo interior llegar a decidir exponerme de esta forma pero finalmente logré armar el proyecto y justo durante el rodaje tuve un accidente, me golpeé en la cara y tuve que aplazarlo todo;
– el año pasado lo empecé sintiendome muy cargada de energía y justo al final de enero me rompí un brazo que necesitó dos operaciones y me dejó KO hasta noviembre.
Estos fueron los momentos más evidentes aunque la campanita del (falso) destino se encendía en otras incontables situaciones.
En otra formación, con otro profesional que admiro mucho, Jaume Cardona, trabajando con el niño interior, recuerdo que mi niña me decía que ya la tenía muy bien vista, que era la adulta la que necesitaba apoyo, aunque no entendí lo que quería decir.
En la sesión con Carmen finalmente la que reclamaba mi atención era la parte de mí que, a raíz de un diagnóstico de salud y de todos los momentos angustiosos que vinieron después, sintió que se quedaría sola de verdad, suspendida en un grito de terror. Esa parte, mi Yo de 32 años, la adulta a la que mi niña se refería, se había quedado encapsulada y congelada en mi cuerpo porque no tenía yo la disponibilidad en ese momento de abrir un espacio de escucha y aceptación del dolor mientras toda mi realidad se pulverizaba ante mis ojos. Cuando la pude abrazar, sensaciones nuevas surgieron en mi cuerpo, una activación en el diafragma como si se abrieran unas alas desde la caja torácica. Me vinieron a la memoria todas las veces que he soñado con correr y quedarme sorprendida de poder hacerlo sin obstáculos. Después de esta sesión vi como el correr asumía otro significado en mi simbología interior: era el correr a por la vida con ese deseo de agarrar todas las experiencias que me ofreciera, con el corazón abierto y rebosante de amor. Cuando finalmente esa parte pudo salir a la luz y ser reconfortada, se transformó y, con ella, surgió una nueva energía y otras emociones además de la resignación.
Hoy es mi cumpleaños y este año lo quiero dedicar a la celebración de ese deseo vital, ese amor, tanto el mío como el de mis vínculos, que me han sanado, ese amor que por fin, después de la rabia, la desconfianza, el miedo, puedo sentir en mi cuerpo. La imagen que acompaña este post es del collage que hice después de esta sesión con Carmen, es la imagen de mi alma ahora.
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