Hoy me apetece compartir con vosotrxs una primera vez, un particular íntimo que espero que os sea de ayuda. Este año, y los últimos, mi enfermedad ha estado bastante silenciosa; sin embargo, una serie de vicisitudes con un brazo roto me han llevado a conectar con un miedo muy profundo y con la historia que he escrito con esta emoción a lo largo de mi existencia y que no estaba completamente iluminada.
De pequeña vivía sumida en un miedo incontrolable: de ser abusada, humillada, maltratada, de que los adultos alrededor mío se pelearan y yo perdiera mi malsana seguridad; no podía con tanto miedo así que aprendí a enterrarlo. En estos tiempos, tenía un sueño recurrente que todavía, al recordar, me dan escalofríos: estoy en una fosa excavada para hospedar a una tumba pero todavía no hay un ataúd en ella; solo es tierra y es muy profunda y, mientras me doy cuenta de que no hay forma de que pueda salir de allí, gusanos carnívoros empiezan a subir por mi cuerpo y a comerme la piel. La mayoría de veces esa sola imagen me hacía despertar de un sobresalto, sudada y angustiada.
Para que ese miedo no me bloqueara más de lo que ya lo hacían mi condición vital y la falta de recursos, crecí siendo una inconsciente: me ponía en situaciones peligrosas y pisoteaba constantemente límites que no sabía tener. Después de haberlas vivido, me parecía un milagro que no me hubiese pasado nada y aún así volvía a repetir los mismos comportamientos auto-destructivos.
La Esclerosis Múltiple me obligó a conectar con ese miedo, o al menos en parte ya que, en ese momento, la incertidumbre fue tan arrasadora que desarrollé unas adicciones que me ayudaron a mantener una falsa calma, esa desconexión conocida.
Este año, en el que ya he superado estas adicciones, me han tenido que operar dos veces el brazo y los momentos vividos en el hospital (y fuera también, por la incomodidad y el dolor) han abierto el portal del miedo y los fantasmas han salido todos a la vez. Recuerdos de mi infancia y adolescencia, situaciones de maltrato o simplemente momentos difíciles, me abofeteaban nada más cerrar los ojos, traídos por una versión de mí que gritaba a plena voz por todas aquellas imágenes dolorosas que yo había archivado sin ni siquiera pararme a observar sus mensajes.
Más de una vez me encontré en mi cama invocando a mi abuela, la expresión máxima de amor y protección, su anillo de rubí, su rosario de bolitas transparentes que de pequeña me parecía una joya preciosa, los baños de tierra que me daba en el campo cuando jugábamos a estar en el mar. Como una niña que no sabe qué hacer con algo que es más grande que ella, la he invocado para que me ayudara y con ella han venido también grandes momentos de reencuentro, de valorar el camino recorrido, las personas que suman.
Así he recordado la primera vez que aprendí a meditar: tenía 14 años y entraba en el estudio de una psico-pedagoga italiana (no recuerdo ni su nombre, aún así quiero aprovechar para agradecerle su llegada a mi vida) y el valor de la meditación que me enseñó lo entendí 30 años después, cuando dejé de ser solo paciente y empecé a formarme como terapeuta.
Fue la primera persona adulta en preguntarme mi opinión sobre las dermatitis que me desfiguraban la cara y que no tenían ninguna explicación fisiológica (hoy me doy cuenta de que tenía que ser una pionera en el tema del trauma) y escuchó y validó mi respuesta y mi historia; también me enseñó un método para calmar aquellos que hoy puedo reconocer eran síntomas de un trastorno de estrés postraumático que no me dejaban disfrutar de la vida. En su momento, las dermatitis que me habían acompañado por casi 10 años se fueron de un día para el otro, gracias a esta meditación y al haber encontrado alguien que sabía recibirme. Luego abandoné el método, era muy joven y lo único que quería era olvidar y ser como lxs demás. Pero a lo largo de mi vida esta meditación siempre salía del cajón en el que la había metido, para mí o para otrxs que la necesitaban. Hoy, para honrar mi camino y los peldaños subidos y bajados, la quiero compartir con todxs vosotrxs.
PD: sed buenxs con la calidad de mi performance como guía en la grabación, ¡no soy Joe Dispenza!
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